“Nada importa más que aprovechar el angustiado tiempo que nos

resta. Él huye con la velocidad del rayo, y un terrible

remordimiento nos devoraría si le dejáramos escapar

infructuosamente por nuestra indisculpable omisión”

José de San Martín

Por Federico Di Pasquale

Este 17 de agosto se cumplen 174 años desde que el General San Martín falleció en Boulogne-sur-Mer, Francia. Con seguridad, conocemos la versión de Mitre y su santificación por la interpretación liberal de la historia, que nos ha presentado un héroe edulcorado, dejando de lado, por una operación hermenéutica nada inocente, que su perspectiva se alejaba de los liberales con los que se enfrentó: Alvear, Rivadavia, entre otros. Como ya existen múltiples biografías, películas, que le echan sucralosa como endulzante a una realidad que era más agria y amarga, lo que queremos es detenernos un poco en sus ideas e intentar trazar a partir de allí un horizonte político que nos interpela en el presente, porque la versión que conocemos fue construida por los enemigos de la libertad, la soberanía y la independencia. Esos enemigos del pueblo de abajo, enemigos de la plebe, enemigos de la patria, tienen una continuidad histórica y hoy nos gobiernan otra vez. Nombrar al gobierno actual de LLA como enemigo de las ideas de San Martín, tampoco es decir que todos los peronistas son continuadores de una línea sanmartiniana, lo cual sería ser ciegos o negadores. Lamentablemente, se trata de sectores liberales que habitan los partidos políticos y tendencias. Por supuesto, los liberales, como tendencia, han ocupado y se han esparcido aún en partidos políticos que nacieron con otra intención. Perón sí era sanmartiniano; pero los peronistas no son Perón. 

Hay que revisar los principios y las ideas de San Martín, intentar delinear una tendencia popular para poner en claro que tanto Milei como A. Fernández son liberales y que el problema entonces, no es solamente de partidos, sino de los ideales con los que se gobierna. El problema es más complejo si no queremos una mera alternancia de liberales que usan remeras de San Martín, que se rasgan las vestiduras hablando de Bolívar, Miranda, Artigas, pero que después no tocan ninguno de los intereses de los poderosos. Recordemos cuando el ex Presidente amenazó con avanzar, intervenir, expropiar a la aceitera Vicentín. Ninguno de los intereses de la corporación fue tocado. Entonces, ¿la discusión es solamente sobre partidos o tenemos que volver a revisar los ideales? 

Si queremos rastrear el origen de la tendencia liberadora con la que nos identificamos, ese trasfondo que como pueblo de abajo nos llama y nos hace reaccionar cuando estamos oprimidos, nos tenemos que remontar a esas figuras trascendentes de las cuales San Martín es la principal. Él nos hace preguntarnos ¿cómo aprovechar, políticamente el tiempo que nos resta? Es el mismo tiempo que, con la velocidad del rayo, vio pasar San Martín en los estertores del despotismo y la monarquía. Pasaron dos siglos desde su presencia; hoy parece que lo dejamos escapar otra vez a ese tiempo que podríamos más bien aprovechar, pero sólo las generaciones por venir podrán cuestionar y culparnos por nuestra indisculpable omisión. Nuestro José buscaba la independencia y la unidad latinoamericana. La libertad y la soberanía nacional. Nada de eso se concretó con la fuerza que él quería. 

A los liberales les encanta hablar del Cruce de los Andes, de la libertad de Chile, Perú, nuestra incipiente Argentina. Pero, la independencia política con respecto a nuestra madre insular no significa soberanía política ni económica. Porque San Martín, cuando fue gobernador de Cuyo estableció un laboratorio de salitre, una fábrica de pólvora, creía que el Estado era el garante de la economía contra el libre cambio impuesto por los porteños centralistas, ¿te suena? Los porteños habían perjudicado la actividad vitivinícola cuyana al abrir a la “libertad” la competencia extranjera, por lo que los vinos mendocinos y aguardiente sanjuaninos se vieron perjudicados en su producción y venta. 

San Martín no era Alberto Fernández y expropió las propiedades de los españoles prófugos y declaró públicas las propiedades de los españoles muertos; cobró impuestos mayores a quienes más tenían, de manera que las contribuciones al sistema impositivo la dejen de pagar los pobres; desarrolló la industria, la educación, la salud pública, el sistema carcelario y tomó medidas impositivas contra los vivos de siempre. Cuestionaba la base ideológica y material del poder porteño. Instaló una fábrica de pólvora y un taller de confección de paños para sus soldados. Creó desagües, canales, caminos y postas. Contribuyó a embellecer la ciudad de Mendoza y construyó el paseo de la Alameda.  Impulsó el fomento agrícola, construyó canales de riego, incorporó tierras a la producción de alfalfa y trigo. Fundó, de la mano de fray Luis Beltrán, la metalurgia nacional, para producir las armas del ejército. Los talleres y la fragua en Mendoza fueron enormes y ejemplares; el mayor establecimiento industrial con que contó nuestro territorio, tenía 700 operarios. Reglamentó y organizó a la policía y a los correos; dio trabajo a los desocupados para blanquear viviendas y cuidar la ciudad.  Dictó la primera ley nacional de los derechos del peón rural, adelantándose más de un siglo a Perón, obligando a la patronal a pagar en tiempo y forma el salario; fomenta la salud y la educación públicas; prohibió el castigo físico en las escuelas. 

Los españoles y sus adictos locales se oponían a ese exceso de intervención estatal que, como Milei, entregaban la soberanía a costa del pobre pueblo. Para cerrar, unas palabras del general San Martín que bien podrían ser para el presidente, y para el ex presidente: “Cuando América por un rasgo de virtud sublime quebrantó las cadenas de la opresión peninsular, juró a la patria sacrificarlo todo por arribar al triunfo de aquel glorioso empeño. Así es que desde entonces debió desaparecer entre nosotros el ocio, la indiferencia, la molicie y todo cuanto podía enervar la fuerza de aquella valiente resolución. Consecuente a esto, la actividad, la dureza de la vida armada, es el verdadero carácter que debe distinguirnos. No es suficiente el sacrificio de nuestra fortuna. Es preciso dar el sosiego, nuestra existencia misma”. 

Debemos recuperar una línea sanmartiniana, la claridad política, no muy frecuente en tiempos polarizados en donde no se fortalecen las tendencias nacionales. Hoy tenemos a los nuevos “realistas” en el gobierno, los monárquicos, los aristócratas, los vanidosos, los superfluos. Al igual que San Martin, como Mariano Moreno, Belgrano, debemos defender la producción nacional, la industria, la igualdad, la educación y la salud como derechos humanos.