Perón y la filosofía. Homenaje por otro aniversario de su nacimiento. Una verdad sólida para toda la vida.

Escribe Federico Di Pasquale. Filósofo descamisado

El peronismo de Perón estaba parado en la esperanza, no en la derrota ni en el escepticismo. Dice Perón que: “la náusea está desterrada de este mundo” porque la comunidad organizada es, para el peronista, “un convencimiento de cosa realizable” y no una mera construcción discursiva. La náusea era un concepto utilizado por el existencialismo de posguerra europeo para describir la sensación que los habitaba en un mundo sin ilusiones. Todo lo contrario al peronismo.

Para nosotros, en 2024, en épocas en donde los grandes relatos que alentaban los cambios y alumbraban los caminos emancipatorios han perimido; cuando nadie recurre a la filosofía para generar preguntas pero tampoco para buscar posibles respuestas en su potencia; donde hay un pragmatismo marketinero y coacheado, retomar a Perón puede resultar convocante, porque “el hombre puede desafiar cualquier contingencia, cualquier mudanza, cuando se halla armado de una verdad sólida para toda la vida”. Hoy parece imposible una verdad sólida, pero sin embargo, el peronismo no es líquido, sino que tiene sustancia. Hay que volver a pensar que el mundo no es algo meramente discursivo, lábil, débil, porque incluso los peronistas hemos asumido inconscientemente el discurso posmoderno al sostener la “articulación de demandas” sin materialidad. 

Se cumple otro aniversario del nacimiento el 8 de octubre de 1895 en Lobos del político más grande que dio nuestro país. Su labor fue tan enorme que aún disfrutamos de escuelas, barrios, hospitales, leyes, que hizo hace 75 años, aproximadamente, a favor de los trabajadores y del pueblo humilde. Lo único vivo que nos queda para disfrutar como pueblo fue obra suya. Lo que ha logrado sobrevivir, porque la reacción contrarrevolucionaria se encargó de destruir su obra popular; pero su marca fue tan profunda que no lograron destruirla del todo: acá estuvo Perón. Significa que el pueblo aprendió a organizarse, a resistir, a no dejarse avasallar, que tarde o temprano, se despertará para reconquistar sus derechos y marcar nuestra identidad. El sujeto peronista, trabajador, no es esa subjetividad neoliberal licuada de hoy, que se autopercibe como empresa en sí mismo, individualista; por el contrario, tiene una identidad que se arraiga en las entrañas de la tierra, con el corazón argentino y latinoamericano. Tampoco el peronismo disuelve al individuo en la comunidad como el comunismo. Sino que Perón quería encontrar una manera de articular individuo y sociedad por el bien común y por la felicidad del pueblo. 

El paso del líder por la historia social y política argentina dejó una huella que nos sirve de esperanza.  Su mística, sus símbolos, no eran meramente discursividad sino que la palabra y la interpretación iban acompañadas de grandes obras y de fundamentación filosófica; de grandes verdades. Fue, quizás por ello, el político más ligado a la filosofía como disciplina recuperando una tradición que tenía que ver con los héroes de la patria; Mariano Moreno, San Martín, Belgrano, tenían fundamentaciones filosóficas para hacer lo que hacían. El mundo tenía otra materialidad menos líquida; el mundo del trabajo era más sólido; organización, poder popular, transformaciones en la matriz productiva, en la distribución de la riqueza. Fue el líder indiscutido del movimiento popular más grande de América Latina, sin que aún nadie lo haya superado. Soportó estoico los embistes de la oligarquía, del imperialismo, pero también de los gorilas vernáculos, de derecha y de izquierda. Hasta el comunismo argentino lo acusaba de filonazi, incapaz de entender, en sus disquisiciones de cafetín, el sentir popular de millones que bullían fuera. Sin embargo, las patas en la fuente eran una especie de bautismo, de entrada de los de abajo en la historia, de un Dios que los hacía entrar en el mundo para conquistar con la política las vidas negadas por las minorías vendepatrias; una revancha, una venganza milenaria que tenía que ver incluso con Jesús recolectando pescadores; pero una venganza política, pacífica, que se mantenía neutral, que pensaba una tercera posición entre comunismo y capitalismo. Una construcción harto creativa que nunca más pudimos tener debido a la reacción de las minorías enriquecidas con sangre del pueblo, al golpe del 55, el cual nos dejará la enorme resistencia peronista, el exilio, los años oscuros de los 70, la lucha de clases hacia el interior del propio movimiento, la última dictadura cívico militar y la democracia de la posdictadura, ya sin lucha de clases.

La filosofía será un concepto persistente en la práctica y discurso peronista. Para Perón, hombre público, ella intermedia entre la teoría y la práctica. Él concibe al movimiento justicialista como una doctrina filosófica. La Comunidad organizada (1949) finaliza con la frase del filósofo holándes Spinoza: “sentimos, experimentamos que somos eternos”. Esa cita es la manera en que el fundador de la doctrina justicialista marca una posición filosófica diferente con respecto al existencialismo de la Europa de Posguerra. Por el contrario, contra la náusea existencial, el Estado debe aspirar a la felicidad del pueblo, por lo que la política se convierte en un arte para dicho fin. Esto marca una diferencia importante con respecto a otras formaciones políticas que acentúan los aspectos económicos mientras que para Perón, el foco está puesto en la filosofía para, desde ella, formar una doctrina que permita pensar lo político, lo social y lo económico para lograr la felicidad. Hay una filosofía que sustenta todo el proyecto y sin ella, no hay nada. Perón buscará la felicidad del pueblo, a través de la armonía, el punto medio, teniendo una lectura tomista y gran influencia de Aristóteles cuya posición ética podemos sondear en la Ética a Nicómaco, entre otros.

La filosofía es fundamental en esta etapa del peronismo porque, tanto Perón como Eva recurren a ella para pensar el justicialismo como un contenido profundamente ético. Está presente una recurrente utilización de la filosofía producida desde hace 2500 años, para enfrentarse a los problemas éticos y resolver la política desde lo filosófico. La filosofía es considerada una especie de camino, antecedente de la doctrina peronista. El peronismo viene a realizar el ideal de la felicidad buscado por la filosofía. Perón lo dice en 1949, en la República Argentina, de hecho se puede ver a la Tercera Posición sucediendo. 

De esta manera, encontramos muchas citas, reflexiones, a partir de un conjunto de filósofos y diversos temas retomados, tanto por Perón como por Eva, que son centrales para la construcción de su doctrina justicialista y sin las cuales, esta última sería impensable. 

Los textos centrales para rastrear la conexión entre 2500 años de filosofía y la doctrina justicialista, tal como Perón y Eva la concebían, son: La Comunidad organizada (1949) desarrollada en el Primer Congreso Nacional de Filosofía celebrado en Mendoza, también las clases sobre filosofía, dictadas por Perón en la Escuela Superior Peronista durante su segunda presidencia (1954). Otra fuente de gran importancia será el Modelo Argentino para el proyecto nacional (1974) con el que finaliza su doctrina.  También son un material rico al respecto, las clases dictadas por Eva Perón en la Escuela Superior Peronista, donde recurre a ciertos filósofos para explicar mejor su doctrina. En La razón de mi vida reflexiona sobre la izquierda y las formaciones políticas que se quieren implantar sin tener en cuenta los sentimientos y las creencias del pueblo, de los cabecitas negras, de los descamisados de Argentina. De esta manera, por ejemplo, no estará de acuerdo con que la religión sea el opio del pueblo, como dice el marxismo-leninismo, ni con que haya que desterrarla, sino que es ésta, entre otras, una manera equivocada en que la izquierda intenta hacer política, sin atender a los valores de un pueblo que se liga con lo religioso como una manera de habitar el mundo.