En este texto, Pablo Solana invita a pensar el legado guevarista sin dogmatismos, en clave de los desafíos del presente.

Por Pablo Solana*

La militancia de los movimientos populares y de las diversas izquierdas en Nuestra América debe asumir, sin demora, el desafío de recrear un horizonte emancipatorio que guíe los pasos de la resistencia y de la reconstrucción de un proyecto alternativo de civilización. La crisis es profunda y el desconcierto, notorio; pero no partimos de cero: las tradiciones revolucionarias están allí, a mano, para iluminar la búsqueda. Walter Benjamin supo decir que “la memoria de los antepasados es una de las más profundas fuentes de inspiración de la acción de los oprimidos”. El Che seguramente sea nuestro antepasado más influyente. No se trata de convertir su imagen en fetiche, ni de manifestar una nostalgia anacrónica por un modelo de revolución que no se amolda a los tiempos que corren. Sí, en cambio, de recuperar referencias conceptuales y éticas que ayuden a nutrir el reimpulso del movimiento popular. Es fundamental retomar la esencia de un legado que nunca debió quedar de lado.

Para enfrentar el duro momento actual de avance reaccionario y evitar nuevas frustraciones, hay que poner en cuestión el paradigma que primó en las últimas décadas, que condujo a los movimientos populares a adaptarse a un sistema en el que la disputa política sólo podía darse según las reglas de juego de la democracia burguesa. Así, los grandes capitalistas no tuvieron problemas en imponer sus intereses. A su vez, sectores considerables del campo popular y de las izquierdas quedaron mimetizados con las lógicas, prácticas y valores de un sistema que, en su sentido más profundo, resulta antagónico a los intereses del pueblo. Urge salir de esa trampa.

Con la intención de alimentar los debates que permitan ir trazando las nuevas perspectivas necesarias, van estas líneas de rescate de lo que puede ser considerado parte de la esencia guevarista:

·         Retomar al Che requiere evitar la reducción del guevarismo a una forma específica de acción: fue el Guerrillero Heroico, sí, pero fue además fue un político revolucionario, un teórico antidogmático, un economista heterodoxo, un promotor del trabajo voluntario, un humanista en su más amplia dimensión.

·         El humanismo del Che nutrió una concepción de la revolución que debía garantizar, además de mejoras materiales, transformaciones en la subjetividad social que él definió con la idea del “hombre nuevo” (concepto al que, así expresado, cabe hacerle un señalamiento antipatriarcal, aunque la reformulación necesaria no desmejora su sentido ético radical).

·         Desde ese humanismo, el Che defendió la idea de un socialismo concebido como proyecto civilizatorio más que como mero sistema político-económico. Un proyecto que combata los valores individualistas de la sociedad capitalista. (Esa definición, a la que Guevara aportó además solidez teórica, recobra una dimensión certera tras décadas de prédicas pretendidamente transformadoras a la vez que condescendientes con las lógicas del capital).

·         El guevarismo evitó el anclaje sectario en teorías dogmáticas o abstractas, pero no para caer en un pragmatismo que diluya los principios y los objetivos estratégicos, sino para poner el énfasis en la praxis real de los sectores oprimidos como fuente de un proyecto revolucionario de intransigencia de clases. La coherencia entre el pensar, el decir y el hacer es la expresión más sencilla y a la vez profunda de la ética guevarista.

·         El latinoamericanismo, el internacionalismo y el anticolonialismo fueron para el Che compromisos bien concretos que se plasmaron, como todas las demás dimensiones de su lucha, poniendo el cuerpo. Ante distintas realidades (en la Revolución Cubana, desde su rol como delegado en foros internacionales, en sus incursiones guerrilleras en África o Bolivia) el Che predicó búsquedas unitarias de acción. La idea de que una revolución no es tarea de una sola organización y que el divisionismo es un mal a combatir, son enseñanzas que deberían estar en primer orden a la hora de los balances del período que nos precede y de definir las tareas para enfrentar lo que se viene.

·         El guevarismo hoy, más que ideología definida o identidad cerrada, merece ser concebido como una praxis articuladora de diversas tradiciones revolucionarias y de un conjunto heterogéneo de culturas emancipatorias. El pensamiento del Che siempre se mostró compatible, colaborativo, integrador, de ideas cristianas, tercermundistas, leninistas. Resulta legítimo referenciar como parte del guevarismo histórico a las guerrillas latinoamericanas, pero también a la figura de John William Cooke (y al nacionalismo revolucionario de los 60 en Argentina), al sacerdote Camilo Torres (y al camilismo en Colombia), al Zapatismo del Subcomandante Marcos, incluso a figuras de luchas más cercanas (como Darío Santillán y las juventudes rebeldes que protagonizan frecuentes revueltas en Nuestra América).

·         Con su acción y sus búsquedas aun después de la toma del poder en Cuba, el Che “descentró” al Estado como objeto único de toda reflexión y de toda lucha. Su decisión de abandonar sus cargos en la Revolución para promover nuevas luchas, aun reiniciando casi desde cero allí donde hiciera falta, muestra una disposición política y ética por des-sacralizar instituciones y formalidades.

De eso se trata, de volver al Che. O, mejor dicho, de retomar la esencia guevarista, reconstruir un horizonte estratégico que guíe las políticas necesarias para librar las luchas de manera eficaz. Porque para el Che la revolución, las formas organizativas, el análisis de las sociedades, toda la producción teórica y práctica fue “creación heroica”, como había propuesto José Carlos Mariátegui. El guevarismo por venir abrevará en su esencia histórica y a la vez se verá enriquecido por las nuevas realidades que definen nuestra época, como el peso de las luchas socioambientales o las transformaciones que los feminismos van imponiendo al conjunto de los proyectos populares.

Como en cada momento histórico, los nuevos ciclos de luchas demandarán (y deberán ir recreando) ideas que los fortalezcan y los proyecten. El legado del Che resulta una indispensable fuente de inspiración para las nuevas generaciones que ya se están fogueando en las luchas actuales, y que serán las protagonistas del mañana.

 

* Pablo Solana es militante popular, columnista político y editor. Este artículo integra el libro “Revolución. Rebeldía y esperanza”, recientemente publicado por la Comisión Argentina de Homenaje al Che (Ed. Milena Cacerola, 2014).