Del 26 de junio de 1996 al 26 de junio de 2002: apertura y cierre de un ciclo de luchas autónomas argentino.

Por Federico Di Pasquale 

El 26 de junio de 1996, los pobladores de la Patagonia argentina, en las localidades, ciudades petroleras neuquinas Plaza Huincul y Cutral Có, iniciaron el ciclo de luchas autónomas de los trabajadores desocupados. Pasadas las 16 horas, una asamblea multitudinaria de vecinos votaba levantar los piquetes que mantenían desde hacía una semana sobre la ruta nacional 22. Marcaron un antes y un después  en la lucha, siendo los primeros en salir a la ruta. 

El 26 de junio de 2002, los asesinatos de los militantes Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en inmediaciones del Puente Pueyrredón son un trágico cierre de un ciclo, según enseña el compañero escritor Mariano Pacheco. Dentro de la Estación Avellaneda, la policía bonaerense ejecutó a Darío Santillán por la espalda y a corta distancia. Darío se había frenado para auxiliar a Maximiliano Kosteki, que estaba agonizando víctima de otro disparo policial. No se conocían.

 

Para entender las experiencias de nuestro país, esos 26 de junio resultan algo crucial. Si bien, el 19 y 20 de diciembre de 2021 fueron jornadas históricas en las que miles y miles de personas se lanzaron a la calle provocando la caída del presidente Fernando de la Rúa, iban más allá: era un “acontecimiento” de destitución del marco de la política de la representación, su sistema y sus partidos, izquierda incluida, que se venía organizando en el territorio, en la ruta y que tuvo su epifenómeno en la calle. Se transforma el sentido de la política. Se desarrolló una intensa autoactividad popular en manifestaciones y acciones públicas como ser cacerolazos, “escraches” de los sectores medios empobrecidos y protestas de los movimientos piqueteros organizados por los desocupados. Además, cobraron nuevo impulso las experiencias autogestivas de fábricas recuperadas y las formas emergentes en “asambleas barriales”. Estas experiencias constituyen experiencias de poder popular y nuevas formas de organización.

Han emergido, en ese ciclo, nuevas alternativas de participación, la imposición de soluciones concretas desde abajo. Esta gesta de ciertos sectores del pueblo, de hacer política por sí mismos y dar respuesta por sus propias manos a las necesidades más sentidas pone en duda la totalidad del sistema de dominio hegemónico, incluso las estrategias y tácticas que pretenden combatirle. En efecto, las acciones sociales y políticas en el campo de las autonomías se sitúan en una ruptura respecto de los proyectos de centralidad estatal de décadas anteriores, ya sean de corte reivindicativo o confrontacional emprendidos por reformistas o revolucionarios.  

A partir del 26 de junio de 1996 y durante al menos 6 años, en Argentina comenzaron a emerger nuevos espacios, por fuera de los partidos tradicionales, en donde las clases subalternas desarrollaron formas de participación política; fue la época de auge y “moda de las autonomías”: forma alternativa de lucha frente a las izquierdas tradicionales que muy pronto fue adoptada y apropiada por diversas experiencias del campo popular a lo largo de todo nuestro continente: la construcción de autonomía que opta por la sustitución de la estrategia de centralidad estatal (conquista o asalto) por la centralidad del poder hacer popular como alternativa emancipatoria. 

Las clases subalternas intentaban impugnar las políticas neoliberales, que fueron generando puebladas, cortes de ruta, como herramientas para la protesta social. Surgen en la zona del Gran Buenos Aires los movimientos piqueteros, que son los orígenes de los movimientos actuales y también en otras provincias. Así, fueron surgiendo los MTD (Movimiento de Trabajadores Desocupados), del que surge, por ejemplo, el Movimiento Evita (antes MTD Evita), la CCC (Corriente Clasista y Combativa), la FTV (Federación de Tierra y Vivienda), y otras organizaciones, el MTL (Movimiento Territorial de Liberación), el MTR (Movimiento Teresa Rodríguez, del cual nacerá el Movimiento Popular La Dignidad), el Polo Obrero, el Movimiento Barrios de Pie, el MIJD (Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados), el MST (Movimiento Sin Trabajo) y la CTD (Coordinadora de Trabajadores desocupados), entre otros. 

Estas organizaciones tienen que ver con otra manera de organizarse y construir “poder popular” en experiencias locales que no esperan la “toma del poder”. El territorio aparece como un espacio donde ocurre, con todas sus contradicciones, el nacimiento de nuevas experiencias sociales. Esta perspectiva es central para comprender el ciclo argentino 1996-2002, que implicó la emergencia de una nueva izquierda autónoma que adopta el punto de vista de la crisis y que ve en ella un gran potencial de ruptura y de producción política de otro tipo. Exhibe rasgos de autoorganización movida por el “acontecimiento” que implicó la destitución del marco de representaciones de la democracia neoliberal y el descrédito también de los partidos clásicos. Ese es el origen filosófico-político de la Nueva Izquierda Autónoma y los diversos movimientos que la componen. La izquierda plebeya tiene que ver con el “poder-hacer”, con el descreimiento en los mapas históricos, las vanguardias y los dogmas. Es necesario recordar ese origen y esa filiación para no perder la identidad como movimientos sociales de nuevo tipo, puesto que su estrategia, su manera de construcción y sus objetivos serán radicalmente diferentes. 

Sin contar con un mapa conceptual como las generaciones anteriores, las organizaciones y movimientos de desocupados de la época de los piquetes se reconocían como la primera en no poder apelar a una filosofía de la historia progresiva. Se trata de rebeldías capaces de escribir significados políticos que tienen que ver con la auto-actividad de las masas como un espíritu que habitó a las organizaciones de desocupados, al movimiento de fábricas recuperadas, a las asambleas barriales, a los numerosos colectivos culturales, a las experiencias de comunicación contrahegemónica y diversas organizaciones populares que se nutrían de esa libertad conceptual. Las formas imperantes para los sectores del movimiento piquetero durante el ciclo de luchas autónomas (1996-2002) tienen que ver con la dinámica política comunitaria, de matriz territorial, propia de las formas de construcción popular imperantes en aquella época que, según Cerdeiras (en la clave de Alain Badiou), desembocó en el “acontecimiento” de diciembre del 2001: momento sobre el cual hay que pensar lo que sigue.